En la Última Cena, Cristo comentó que mientras estuviera presente, los discípulos estaban protegidos y, por lo tanto, no necesitaban de «bolso» ni «espada». Pero, después de su arresto, necesitarían de estos elementos. Cristo no se refería al bolso ni a la espada física, pues Él era la propia bandera de la antiviolencia. Quería decir que, después de ser arrestado y muerto, los discípulos deberían cuidar más de sí mismos, pues tendrían que enfrentar las turbulencias de la vida, incluso las persecuciones que tiempos después sufrirían. Como aún no lograban entender el lenguaje del Maestro, le dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas» (Lucas 22:38). Cristo una vez más toleró la ignorancia de ellos, y los calló contestando: «Basta». Cuando Pedro vio el semblante triste, la respiración cansada y el cuerpo sudado de Jesús la noche en que fue arrestado, se abatió profundamente. Por primera vez, su confianza evaporaba. Tal vez se haya preguntado: «Será que todo lo que viví fue una ilusión, un sueño que se transformó en pesadilla». Pedro anduvo más de mil días con su Maestro y nunca había visto una señal de fragilidad en Él.
Contrariamente a lo que muchos piensan, no fue en el patio del Sanedrín donde Pedro comenzó a negar a Jesús, sino en el oscuro jardín del Getsemaní. Sin embargo, creo que si estuviéramos en su lugar quedaríamos igualmente perturbados y tal vez negaríamos al Maestro si se reprodujeran las mismas condiciones. Al oír las palabras de Jesús y ver su semblante sufrido, Pedro se estresó intensamente. El principio durmió y lo dejó solo con su dolor. Pero cuando lo despertó el arresto del Maestro, decidió rescatarlo. Angustiado, fatigado y escondiéndose, se dirigió al patio del Sanedrín. Al llegar, quedó aterrado ante los golpes que el Maestro sufría. Nunca nadie le había tocado un dedo, pero ahora los hombres atrofiaban su cuerpo, abofeteaban su cara y escupían su rostro. ¡Qué terrible escena observó Pedro! Aquel espectáculo cruel sacudió las raíces de su ser, perturbó su capacidad de pensar y decidir. Interrogado por humildes siervos, afirmó con insistencia: «Mujer, no lo conozco»(Lucas 22:57). Jesús sabía que su amado discípulo estaba presenciando su martirio. Sabía que mientras que sus opositores lo estaban hiriendo sin piedad, Pedro lo estaba negando. Entonces, Cuales fueron las heridas que más lo hirieron: ¿las hechas por los hombres en el Sanedrín o la producida por su amigo Pedro? Una le causaba hematomas en el cuerpo, la otra le golpeaba la emoción.
Creo que la actitud de Pedro, avergonzándose del Maestro y negando todo lo que vio y vivió con Él, abrió en aquel momento una valla más profunda en el alma de Jesús que la causada por los soldados. No obstante, Cristo amaba intensamente a Pedro y conocía lo íntimo de su ser. El amor del Maestro de Nazaret por sus discípulos es la más bellas ilógica poesía existencial vivida por un hombre. Pedro podría excluirlo de su historia, pero Jesús jamás lo abandonaría, pues lo consideraba irremplazable. Nunca alguien amó y se dedicó tanto a las personas que lo frustraron y le dieron tan poco ánimo.
[quote align=»center» color=»#666666_CODE»]Recuerda que Cristo viene.[/quote]
CONÉCTATE