«Fueron una vez los árboles a elegir rey sobre sí, y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros. Mas el olivo respondió: ¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles? Y dijeron los árboles a la higuera: Anda tú, reina sobre nosotros. Y respondió la higuera: ¿He de dejar mi dulzura y mi buen fruto, para ir a ser grande sobre los árboles? Dijeron luego los árboles a la vid: Pues ven tú, reina sobre nosotros. Y la vid les respondió: ¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles? Dijeron entonces todos los árboles a la zarza: Anda tú, reina sobre nosotros. Y la zarza respondió a los árboles: Si en verdad me elegís por rey sobre vosotros, venid, abrigaos bajo de mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano.»
– Jueces 9: 8-15 (RVR1960)
Ocurrió en la época de los jueces conocida, también como el periodo de los fracasos. A este libro de la Biblia se le conoce como “el libro de las derrotas”. El pueblo de Israel había salido de la esclavitud de Egipto; habían conquistado tierras bajo el mandato de Josué, sucesor de Moisés, de una manera milagrosa y dirigidos por Dios. Muerto Josué, Dios levantó jueces para dirigirles. Algunos fueron temerosos de Dios y durante la incumbencia de estos, Dios prosperaba la nación. Otros, en cambio, fueron alejando al pueblo del Dios que los había sacado de la esclavitud, haciendo alianza con las naciones paganas y sirviendo a otros dioses. La Palabra dice en varias ocasiones que “en aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía.” (Jueces 17:6; 21:25, RVR1960)
Podemos comparar al pueblo de Israel de esa época con algunas personas que dicen que son del pueblo de Dios en estos días. A pesar de que tenemos la Palabra de Dios escrita y en nuestros corazones, mucha gente se olvida de las cosas que el Señor ha hecho por ellos como se olvidó el pueblo de Israel. Al momento de la prueba o cuando alegadamente otras personas actúan diferente a como ellos creen que deben actuar, se olvidan del Dios a quien le sirven y dan sus espaldas a la congregación o al mismo Dios, viviendo y actuando como bien les parece…
Uno de los jueces que se levantó en ese periodo fue Gedeón. Este fue un juez santo, temeroso de Dios a quien Dios llamó “varón esforzado y valiente” (Jueces 6:12, RVR1960). Bajo la dirección divina, Gedeón derrotó a los madianitas y durante su incumbencia hubo paz en Israel. Cuando Gedeón muere, los hijos de Israel volvieron a prostituirse, yendo tras los ídolos. Se olvidaron de Dios y no agradecieron lo que el Señor había hecho con ellos.(Jueces 8:33-35). Uno de sus hijos, Abimelec, mató 70 de sus hermanos para quedarse gobernando la nación por la fuerza. (Jueces 9:5). Jotam, hijo menor de Gedeón, escapó de esta matanza.
Jotam se subió a la cumbre de un monte y trajo un mensaje al pueblo a través de una parábola (Jueces 9:7). Les dijo: “Fueron una vez los árboles a elegir rey sobre sí, y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros. Mas el olivo respondió: ¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?” (Jueces 9:8-9, RVR1960)
El olivo se menciona muchas veces en la Biblia. Crece lo mismo en terreno pedregoso como en terreno húmedo. Es un árbol frondoso, cuya sombra deseaban los viajeros para descansar en su caminar y refrescarse. Siempre está verde. Luego del diluvio fue el primer árbol que menciona la Palabra. Una paloma trajo una rama de este en su pico dando indicios de que las aguas habían dejado de caer y el terreno ya estaba produciendo. El olivo se distingue por su fruto y por su aceite.
Los hijos de Dios estamos llamados a crecer en todo tiempo, en la adversidad como en la abundancia. Las personas deben ver en nosotros verdaderos ejemplos de Cristo, encontrar en nosotros la palabra que los acerque a Él y les dé consuelo y refrigerio ante las situaciones difíciles de la vida. Siempre debemos estar dirigidos por Su Espíritu y mantenernos alegres y confiados en Él, trayendo aliento y esperanza a este mundo que perece. Nuestro fruto y la unción del Espíritu Santo sobre nosotros deben distinguirnos de los demás.
El olivo no aceptó. Escogió honrar a Dios y servir a los hombres antes de ser rey. No negoció su don con el mundo.
“Y dijeron los árboles a la higuera: Anda tú, reina sobre nosotros. Y respondió la higuera: ¿He de dejar mi dulzura y mi buen fruto, para ir a ser grande sobre los árboles?” (Jueces 9:10-11, RVR1960)
La higuera crece en terrenos áridos y pedregosos. Produce el fruto antes que las hojas, de ahí que el Señor la maldijera cuando fue a una de ellas que tenía hojas pero no frutos, aparentando lo que no era. El fruto, los higos, se tornan más dulce mientras más tiempo pasa.
Cuando el cristiano deja la iglesia o se va alejando de la congregación va perdiendo su dulzura y se va tornando amargo. Al igual que la higuera, debemos dar fruto antes que hojas y a medida que pase el tiempo sea notorio en nuestra vida que hemos crecido en bondad, dulzura, alegría y deseos de agradar a los demás. No se puede vivir de apariencias. La higuera tampoco aceptó reinar sobre los demás árboles, antes bien decidió no negociar el dejar su dulzura y dar buen fruto para tener un reinado sobre los demás.
“Dijeron luego los árboles a la vid: Pues ven tú, reina sobre nosotros. Y la vid les respondió: ¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?” (Jueces 9:12-13, RVR1960)
El pámpano de la vid lleva fruto en abundancia, es próspera. Cristo se comparó con la Vid (Juan 15:1-17), para ilustrar la comunión que debe haber entre Él y Su iglesia. Muchos cristianos disfrutan de la abundancia de las bendiciones de Dios. Además, Jeremías habla sobre una vid que dio fruto silvestre, pero no producía lo que se esperaba de ella (Jeremías 2:21). Muchos creyentes se vuelven extraños e indiferentes en sus congregaciones; dan poco fruto y el poco que dan lo dan malo y, como cualquier fruto silvestre, fácil de conseguir. La vid tampoco aceptó la oferta de reinar. Prefirió seguir dando su alabanza a Dios y ser fiel a su misión de dar buen fruto y fruto en abundancia.
“Dijeron entonces todos los árboles a la zarza: Anda tú, reina sobre nosotros. Y la zarza respondió a los árboles: Si en verdad me elegís por rey sobre vosotros, venid, abrigaos bajo de mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano.” (Jueces 9:14-15, RVR1960)
La zarza crece en cualquier lugar; es abundante en espinas; tipifica el dolor y el sufrimiento; ahoga a los otros árboles según sigue creciendo; y todo lo que tiene a su alcance, lo arropa y lo destruye. Hoy más que nunca vivimos en un mundo donde la zarza es la que abunda y domina. El dolor, el pecado y el sufrimiento se ven por doquier. Muchos cristianos han permitido que la zarza reine sobre ellos. Se han descuidado y han permitido que sus viñas se estén echando a perder. Por estar alejados de Dios y de sus congregaciones (en donde hay agua y alimento en abundancia), el sufrimiento, el pecado y las situaciones difíciles están ahogando sus vidas.
¿Cuál debe ser la posición del cristiano en el mundo que estamos viviendo?
Debemos mantenernos firmes, fieles en lo que hemos creído, y sin apartarnos de nuestras congregaciones. También debemos producir fruto dulce, bueno, y abundante, como decidieron hacer el olivo, la higuera y la vid. Por último, pero no menos importante, tenemos que impedir que la zarza reine sobre nuestras vidas. Tal como lo dice en Proverbios 14:12 (RVR1960), «hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte.» El mundo tiene muchas ofertas que parecen buenas pero nosotros, que no retrocedemos, sino que perseveramos, no podemos ceder ante estas.
¿Con cuál de estos árboles te comparas tú?
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