Peligroso es el temor a no ser importante. Allí está, esa es la pregunta. El enorme caudal del cual fluyen mil temores: ¿Le importamos a alguien? Tememos que la respuesta sea no. Tememos ser un don nadie, insignificante. Tememos evaporarnos. Tememos que en la cuenta final no hagamos ninguna contribución a la suma del total. Tememos ir y venir y que nadie se dé cuenta. Por eso es que nos molesta cuando un amigo olvida llamarnos o el maestro se olvida de nuestro nombre o un colega se lleva el mérito por algo que hemos hecho. Por esa razón ansiamos la atención de nuestro cónyuge o la aprobación de nuestro jefe, mencionamos nombres de personas importantes en nuestras conversaciones, usamos anillos que nos identifican con nuestra universidad, ponemos silicona en nuestros pechos, joyas en los dientes y corbatas de seda alrededor del cuello. El último grito de la moda. “Estamos equivocados», anuncia Jesús. Y con una de las expresiones más amables que jamás se hayan escuchado, disipa el temor. «¿No se venden dos pajaritos por un cuarto? Con todo ninguno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que no temáis; más valéis vosotros que muchos pajaritos”.
¿Qué es más ignominioso que el cabello? ¿Quién hace un inventario de los folículos? Llevamos cuenta de otros recursos: La cantidad de dinero en el banco, las libras que indica la balanza. Pero, ¿cabello en la piel?, Nadie, ni siquiera el hombre que cada vez está más calvo, coloca números pequeñísimos al lado de cada mechón. Nos peinamos, nos teñimos el cabello, nos lo cortamos…pero no lo contamos. Dios sí lo hace. «Vuestros cabellos están todos contados». Lo mismo que los, pajaritos en el campo. En el tiempo de Jesús. Un cuarto era una de las monedas menores en circulación. Con un cuarto se compraban dos pajarillos. En otras palabras, todo el mundo podría comprar dos pajarillos. Pero ¿por qué lo querrían hacer? ¿Cuál era el propósito de eso? ¿Qué meta lograrían? En el Evangelio de Lucas, Jesús va un paso más en cuanto a la ternura. ¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Todavía la sociedad tiene una buena parte de pajarillos número cinco: almas indefinidas que se sienten innecesarias, inútiles que valen menos de un cuarto. Hacen turno para conducir sus hijos a la escuela y trabajan en cubículos. Algunos duermen debajo de cartones en la vereda y otras debajo de acolchados en los suburbios. Lo que comparten es un sentimiento de pequeñez.

[quote align=»center» color=»#86FF15″]Porque de acuerdo a Dios fuiste una creación especial. Dios está siempre pensando en ti. Si pudieras contar los pensamientos que tiene contigo, el numero sería más que la arena. [/quote]

Es hora de enfrentar el temor de que no eres importante. Toma esto en serio. El temor de que eres un cero a la izquierda se convertirá en una profecía que se cumplirá y te arruinará la vida. Estas aletargado en un trabajo manual que paga muy poco y que te quita la energía. Tu sueldo cubre los gastos, pero nada más. Los talentos que Dios te dio languidecen como rosas que no han sido regadas. Fracasas terriblemente y desciendes otro escalón hacia el sótano de la derrota auto producida. El temor a ser insignificante crea el resultado temido, llega al lugar que trata de evitar, facilita el panorama que desprecia. Te vas a sentenciar a una vida llena se tristeza sin posibilidad de libertad condicional. Aún más, estás en desacuerdo con Dios. Cuestionas su juicio. Pones en tela de juicio su gusto. Porque de acuerdo a Dios fuiste una creación especial (Salmo 139:15). Dios está siempre pensando en ti. Si pudieras contar los pensamientos que tiene contigo, el numero sería más que la arena (Salmo 139:18). ¿Por qué te ama tanto? Por la misma razón que el artista ama sus cuadros o el constructor de botes ama sus barcos. Tú eres idea de Dios. Por cierto, su mejor idea. «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Efesios 2:10)
El temor a desilusionar a Dios nos consume. Los recuerdos de los errores despiertan un temor aislado, el temor de que hemos desilusionado a la gente, que le hemos fallado al equipo, que no hemos dado el rendimiento esperado. El temor de que, cuando nos necesitaron, no hicimos lo que debimos, de que otros sufrieron debido a nuestros errores y fallos. Por supuesto que algunos quisiéramos cambiar nuestros errores garrafales. Pensamientos que encarcelan, un pasado que te persigue, errores que te marcaron y te preguntas: «¿Podría Dios alguna vez perdonarme?» «Él me dio una esposa y lo arruiné todo”. “Él me dio hijos; yo lo arruiné todo». Ten presente que quizás sí, hayas fracasado pero no eres un fracaso. Dios vino por personas como nosotros. Es que el suelo reseco del miedo necesita lluvia constante. Al diablo le encanta tratarnos de convencer de que la gracia de Dios tiene fondos limitados, que Dios ha cerrado con llave la puerta de su trono y te grita Golpea todo lo que quieras; ora todo lo que quieras, no hay acceso a Dios. Pensar en «no tener acceso a Dios» desata una colmena de preocupaciones. Nos sentimos huérfanos, sin protección y expuestos. Vulnerables en esta vida y condenados en la siguiente. El miedo de desilusionar a Dios tiene dientes. Pero Cristo tiene fórceps. En su primera referencia al temor, hace el trabajo de quitar los colmillos. «Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados» (Mateo 9:2). Fíjate como Jesús coloca «ten ánimo» y «pecados perdonados» en la misma frase.

[quote align=»center» color=»#001CFF»]Es que Jesús estaba pensando en nuestro problema más profundo; el pecado.[/quote]

Jesús le dijo estas palabras a una persona que no se podía mover. A «un paralítico, tendido en una cama». Aquel discapacitado no se podía valer por el mismo, pero tenía cuatro amigos, y estos tuvieron un presentimiento. Cuando se enteraron de que Jesús iba a visitar a su ciudad, cargaron a su amigo en una cama y fueron a ver al Maestro. Una audiencia con Cristo podría resultar bien para su amigo. Una audiencia de solo personas en pie llenó completamente el lugar en donde Jesús habló. La gente se sentaba en las ventanas, se apretujaba en las puertas. Como eran la clase de personas que desisten fácilmente, los amigos urdieron un plan. «Y como no podían acercarse a Él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba y habiendo una apertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico» (Marcos 2:4). Una estrategia arriesgada. No sabemos la reacción del dueño de la casa ni la del hombre en la camilla. Sabemos que Jesús no puso objeciones. Mateo casi pinta una sonrisa en su rostro. Cristo articula una bendición antes de que se la pidieran. Y pronunció una bendición que nadie esperaba, «Ten ánimo, hijo; tus pecados ten son perdonados» (Mateo 9:2). Es que Jesús estaba pensando en nuestro problema más profundo; el pecado. Estabas considerando nuestro temor más profundo: Fallarle a Dios. Antes de sanar el cuerpo, Jesús trató con el alma. «Ten ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados”.
Pecar es no considerar a Dios, ignorar sus enseñanzas, negar sus bendiciones. El pecado es «una vida sin Dios», centrada totalmente en el yo. La vida del pecador se enfoca en él y no en Dios. ¿No fue esa la elección que hicieron Adán y Eva? Antes de su pecado vivían en un mundo sin temor. Uno con la creación, uno con Dios, uno el uno con el otro. El Edén era un mundo maravilloso, con un mandamiento: no toquen el árbol de la ciencia del bien y del mal. A Adán y a Eva les habían dado una lección, y todos los días escogieron confiar en Dios. Pero luego vino la serpiente, sembrando semillas de duda y ofreciendo un trato que parecía mejor. «¿Con que Dios os ha dicho…?, les preguntó (Génesis 3:1). «Seréis como Dios», les ofreció (Génesis 3:5). Así de simple, Eva tuvo miedo. Algunos dicen que estaba llena de orgullo, por lo que desafío y desobedeció…, pero, ¿no tuvo temor primero? ¿Temor de que Dios estuviera escondiendo algo, de que ella estaba perdiendo algo? ¿Temor de que el Edén no fuera suficiente? ¿Temor de que Dios no fuera suficiente? ¿Temor de que Dios no pudiera cumplir? Eva dejó de confiar en Dios y tomó el asunto – y la fruta- en sus manos. «Por las dudas de que Dios no lo pueda hacer, yo lo haré». Adán hizo lo mismo. Adán y Eva hicieron lo que hace la gente llena de miedo. Corren para salvar su vida. «El hombre y la mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo»(Génesis 3:8-10). Cuando el temor no se trata bien, lleva al pecado. Y este a esconderse. Puesto que todos hemos pecado, nos escondemos, no entre los árboles, sino en semanas de ochenta horas de trabajo, rabietas y asuntos religiosos. Evitamos el contacto con Dios.

[quote align=»center» color=»#FFF321″]Recuerda que Cristo viene.[/quote]

Pastora Iris N. Torres Padilla