Poco antes de la traición, sucedió algo impactante. La fama de Jesús se estaba volviendo incontrolable. Pero, en lugar de hacer reuniones políticas o levantar un gran escenario para nuevos y vibrantes discursos, el Maestro estaba en la casa de un hombre conocido como Simón, el leproso. Probablemente era, o había sido un personaje despreciable a cuya casa no entraba nadie. Simón estaba radiante por la decisión de Jesús de visitarle en su casa. El hombre más famoso de Israel lo distinguía con su amistad. Para Judas, la humildad de Jesús le resultaba ya insoportable; sin embargo, entró también con los demás discípulos y otras personas. El ambiente no era el adecuado para personas ambiciosas. ¿Qué ganaría alguien por sentarse a la mesa con un hombre socialmente rechazado? Fue en esa casa donde Judas reveló, por primera vez, lo que había en su corazón.
Había una mujer llamada María. María era hermana de Lázaro. Ella amaba profundamente a Jesús y se dio cuenta más que otros discípulos que él estaba viviendo sus últimos momentos. Era difícil de creer que Jesús habría de morir. Su corazón estaba roto. Entonces, cogió lo que tenía más valor, un vaso de alabastro conteniendo un perfume carísimo, lo rompió y ungió los pies de Jesús, enjugándoles con sus cabellos (Juan 12:6). María deseaba que Jesús se extasiara con el perfume de su amor. Judas, sin embargo, observando la escena, condenó públicamente su actitud. Era mucho dinero para ser desperdiciado. Aparentando una ética y una espiritualidad que no tenía, dijo que el perfume debió haberse vendido y el dinero entregado a los pobres. Su reacción fue teatral y falsa, pues. Para entonces, ya venía robando el dinero de las ofrendas destinadas a sostener la pequeña comitiva de Jesús. Las mujeres son más espontáneas, solícitas y gentiles que los hombres. Ellas se donan, se entregan, protegen y se preocupan más por los demás que los hombres. Por eso, según las estadísticas de psiquiatría, ellas se exponen más y se enferman más que los hombres. María amaba intensamente a Jesús. No pensó en ella sino en el dolor y en el sacrificio del Maestro. Por eso, hizo algo ilógico, algo que solo el amor puede explicar. Se acordó de lo que Jesús hacia por los desvalidos. Vio a madres saliendo del caos de la tristeza hacia un oasis de alegría, a paralíticos saltando como niños, a leprosos salid de la burbuja de la soledad, a presos por el miedo volver a sonreír. Entonces compró un perfume utilizando para ellos los ahorros de su vida, y lo derramó sobre los pies de Jesús. El perfume hablaría más que las palabras.
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