Pedro aprendió una lección de manera difícil. Un bote de pesca de diez metros, el cielo de Galilea. «La barca estaba en medio del mar, azotada por las olas, porque el viento era contrario»(Mateo 14:24). Entre los depósitos acuíferos famosos, el mar de Galilea-veintidós kilómetros en su punto más largo, y doce en el más ancho-es un lago pequeño. Su tamaño lo hace más vulnerable a los vientos que soplan desde las alturas de Golán. Ellos convierten el lago en una batidora, cambiando de pronto, soplando primero en una dirección y luego en otra. Los meses de invierno traen ese tipo de tormenta, más o menos cada dos semanas, azotando las aguas por dos o tres días por vez. Pedro y sus compañeros, en ese paseo en medio de la tormenta, sabían que tenían problemas. Lo que debería ser un paseo tranquilo de una hora se convirtió en una lucha de toda una noche. La barca se tambaleaba y se estremecía, como una cometa en el viento primaveral. La luz del sol era un recuerdo distante. Llovía a cántaros. Los rayos marcaban la oscuridad como una espada de plata. Los vientos pegaban tan fuertes contra las velas, que los discípulos estaban «en medio del mar (y su embarcación) era azotada por las olas». ¿Es esta una descripción apropiada tal vez para la etapa en que te encuentras en la vida? Quizás todo lo que tenemos que hacer es sustituir un par de nombres… En medio de un divorcio, azotado por la culpa. En medio de todas las deudas, azotado por los acreedores. En medio de un cambio de manos de tu negocio, azotado por el poder de los corredores y los márgenes de ganancia. Los discípulos lucharon contra la tormenta durante nueve horas de frío y de estar empapados hasta los huesos. Y a eso de las cuatro de la mañana, sucedió lo indecible. Vieron que alguien venía caminando por el agua. «Un fantasma, dijeron, dando voces de temor» (v.26)

[quote align=»center» color=»#06FFBB»]Tened ánimo, yo soy, no temáis, les dijo[/quote]

No esperaban que Jesús fuera a ellos de esa manera. Nosotros tampoco. Esperamos que venga en la forma de suaves himnos de domingo o en retiros espirituales. Esperamos encontrarlo en los devocionales matutinos, las comidas en la iglesia y cuando meditamos. Nunca esperamos verlo en una bolsa de valores que cada día pierde más dinero, cuando me despiden del trabajo, cuando nos meten en pleito o en una guerra. Nunca esperamos verlo en una tormenta. Pero es en las tormentas que hace su trabajo con excelencia, porque en ellas es cuando le prestamos el mayor grado de atención. Jesús respondió al temor de los discípulos con una invitación que se debería escribir en las piedras angulares de todas las iglesias y en las entradas de las casas. «Tened ánimo, yo soy, no temáis, les dijo» (v.27). Hay poder en esas palabras. Despertar en una unidad de cuidado intensivo y escuchar que tu esposo te dice: «Aquí estoy». Perder tu retiro y sentir el apoyo de tu familia en las palabras: «Estamos contigo”. Cuando un niño está jugando y de pronto ve a mamá y papá en las gradas mando el partido: «Estamos aquí», lo cambia todo. Tal vez es por eso que Dios repite tan a menudo que está con nosotros.

No podemos ir donde no esté Dios. Mira sobre el hombro, ese es Dios que te va siguiendo. Mira en la tormenta; ese es Cristo que viene hacia ti. Debemos darle el mérito que merece Pedro, creyó lo que le dijo Jesús. «Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo; Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús»(Mateo 14: 28-29). Pedro nunca hubiera hecho ese pedido con un mar en calma. Si Cristo hubiera caminado a través de un mar tan calmado que pareciera un espejo, Pedro lo habría aplaudido, pero dudo que hubiera dado un paso fuera de la barca. Las tormentas nos impulsan a tomar senderos inauditos. En esos pocos pasos heroicos y unos momentos que parecen que hacen detener el, corazón, Pedro hizo lo imposible. Desafió la ley de gravedad, y a la naturaleza, caminó «sobre las aguas para ir a Jesús». Mateo nos conduce al mensaje más importante del acontecimiento: a donde mirar en una tormenta. «Pero al ver el fuerte viento, (Pedro) tuvo miedo, y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo !Señor, sálvame!

Una pared de agua eclipsaba el campo de visión. Una ráfaga de viento resquebró el mástil y se escuchó el crujido de la madera. Un relámpago iluminó el lago y a las olas que parecían montañas. Pedro quitó su atención de Jesús y la colocó en la tormenta, y cuando lo hizo, se hundió como un ladrillo en un estanque. Si le prestas más atención a las aguas tempestuosas que al que camina en el agua, te sucederá lo mismo. No podemos escoger si las tormentas van a venir o no. Pero si podemos decidir dónde vamos a fijar la vista en una tormenta. Jesús podría haber calmado esa tempestad horas antes, pero no lo hizo. Él quería enseñarles una lección a sus seguidores. Jesús podría haber calmado tu tormenta hace mucho tiempo, pero no lo ha hecho. Las tormentas no son una opción, pero el temor sí. Dios ha colgado sus diplomas en el universo. El arco iris, las puestas del sol, el horizonte y los cielos adornados con estrellas. Ha registrado logros en las Escrituras. Su curriculum vitae incluye que abrió el mar Rojo, les cerró la boca a los leones, la derrota se Goliat, la resurrección de Lázaro, la calma de las tormentas y sus caminatas. Su lección es clara. Él es el jefe de todas las tormentas. ¿Estas asustado por la tuya? Entonces fija tus ojos en Él.

[quote align=»center» color=»#06FFBB»]Recuerda que Cristo viene.[/quote]

Pastora Iris N. Torres Padilla