«pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.» (1Juan 1:7). Aparte de la geografía y cronología, nuestra historia es la misma que la de los discípulos. No estuvimos en Jerusalén, ni estuvimos vivos esa noche. Pero lo que Jesús hizo por ellos, lo ha hecho por nosotros. Nos ha limpiado. Ha limpiado de pecado nuestros corazones. Aún más, todavía nos sigue limpiando. Juan nos dice: «Estamos siendo limpiados de todo pecado por la sangre de Cristo». En otras palabras, siempre estamos siendo limpiados. La limpieza no es una promesa para el futuro, sino una realidad en el presente. Si una mota de polvo cae en el alma de un santo, se la limpia. Si una mota de suciedad cae en el corazón de un hijo de Dios, esa suciedad es limpiada. Jesús todavía limpia los pies de sus discípulos. Jesús todavía lava las manchas. Jesús todavía purifica a las personas.

«Porque Él nos ha perdonado, nosotros podemos perdonar a otros. Porque Él tiene un corazón perdonador, nosotros podemos tener un corazón que perdona. Podemos tener un corazón como el suyo». 

Nuestro Salvador se arrodilla y mira los actos más oscuros de nuestras vidas. Pero en lugar de retraerse con horror, se extiende en bondad y dice: «Yo puedo limpiarte, si lo quieres». De la fuente de su gracia toma a manos llenas su misericordia y lava nuestro pecado. Pero eso no es todo. Debido a que vive en nosotros, usted y yo podemos hacer lo mismo. Porque Él nos ha perdonado, nosotros podemos perdonar a otros. Porque Él tiene un corazón perdonador, nosotros podemos tener un corazón que perdona. Podemos tener un corazón como el suyo. «Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13: 14-15).

«Por favor entienda: Las relaciones no prosperan porque se castigue al culpable sino porque el inocente es misericordioso»

Jesús lava nuestros pies por dos razones. La primera es darnos misericordia; la segunda es darnos un mensaje, y ese mensaje sencillamente es: Jesús ofrece gracia incondicional; nosotros debemos ofrecer gracia incondicional. La misericordia de Cristo precede nuestros errores; nuestra misericordia debe preceder las faltas de otros. Los que se hallaban en el círculo de Cristo no tuvieron duda de su amor; los que están en nuestros círculos no deben tener duda del nuestro. ¿Qué significa tener un corazón como Jesús? Quiere decir arrodillarnos como Jesús se arrodilló, tocar las partes más sucias de estas personas con las que estamos entrelazados y lavar con bondad su grosería. O, como Pablo escribió: «Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios os perdonó a vosotros en Cristo» (Efesios 4:32). Jesús no era culpable. De todos los hombres en ese cuarto, solo uno era digno de que se le lavaran los pies; y fue Él quien lavó los pies de los demás. El que merecía que le sirvieran sirvió a otros. Lo genial del ejemplo de Jesús es que el peso de establecer el puente recae sobre el fuerte, no sobre el débil. El inocente es quien debe hacer el gesto. Por favor entienda: Las relaciones no prosperan porque se castigue al culpable sino porque el inocente es misericordioso.

«Ten presente que Cristo viene»

Pastora Iris N. Torres Padilla