«Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida como era» (Santiago 1:22-24). Más de una vez Jesús dijo estas palabras: «El que tenga oídos para oír, oiga». Ocho veces en los Evangelios y ocho veces en el libro de Apocalipsis, se nos recuerda que no es suficiente tener oídos; es necesario usarlos. En una de sus parábolas, Jesús comparó nuestros oídos con el terreno. Contó de un agricultor que esparció la semilla (símbolo de la Palabra) en cuatro diferentes tipos de terreno (símbolo de nuestros oídos). Algunos de nuestros oídos son como caminos endurecidos: no receptivos a la semilla. Otros tienen oído como terreno pedregoso: oímos la Palabra pero no le permitimos que eche raíces. Otros, tienen oídos como un terreno lleno de hierbas malas: demasiado crecidas, demasiado espinosas, con demasiada competencia para que la semilla tenga una oportunidad. Pero hay algunos que tienen oídos para oír, capaces de discernir y listos para oír la voz de Dios.

Por favor, note que en todos los casos la semilla es la misma, el sembrador es el mismo. La diferencia no está en el mensaje ni en el mensajero, sino en el que oye. Si la proporción de la historia es significativa, tres cuartas partes del mundo no están oyendo la voz de Dios. Sea debido a corazones duros, vidas superficiales o mesas llenas de ansiedad, el setenta y cinco por ciento de nosotros estamos perdiéndonos el mensaje. No es que nos falten oídos; es que no los usamos. Las Escrituras siempre han dado gran importancia a oír la voz de Dios. A decir verdad, el gran mandamiento de Dios por medio de Moisés empieza con las palabras: «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es» (Deuteronomio 6:4). Nehemías y sus hombres recibieron elogios porque estaban «atentos al libro de la ley» (Nehemías 8:3). Jesús nos insta a que aprendamos a oír como ovejas. «Las ovejas reconocen su voz…las ovejas lo siguen porque reconocen su voz. En cambio, no siguen a un desconocido, sino que huyen de él, porque no conocen la voz de los desconocidos» (Juan 10:3-5). A cada una de las siete iglesias en Apocalipsis se les dice lo mismo: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».

Jesús esta tan familiarizado con las Escrituras que no solo sabía el versículo, sino como usarlo.

Jesús pasaba tiempo con Dios, orando, y escuchando. Marcos dice que: «Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba» (Marcos 1:35). Lucas nos dice: «Más Él se apartaba a lugares desiertos, y oraba» (Lucas 5:16). Permítame preguntarle lo obvio. Si Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador sin pecado de la humanidad, pensó que valía la pena dejar libre su calendario para orar, ¿no será sabio que nosotros hagamos lo mismo? No solo porque Él pasaba regularmente tiempo con Dios en oración, sino que pasaba regularmente tiempo en la Palabra de Dios. Por supuesto, no vemos a Jesús sacando de su mochila un Nuevo Testamento encuadernado en cuero y leyéndolo. Lo que si vemos, sin embargo, es el impresionante ejemplo de Jesús, en el fragor de la tentación en el desierto, utilizando la Palabra de Dios para enfrentarse a Satanás. Tres veces fue tentado, y cada vez repelió el ataque con la frase: «Escrito está» (Lucas 4:4,8 y 12), y entonces citó un versículo. Jesús esta tan familiarizado con las Escrituras que no solo sabía el versículo, sino como usarlo. Si vamos a ser como Jesús, si vamos a tener oídos que oyen la voz de Dios, entonces hemos hallado dos hábitos dignos de imitar: los hábitos de la oración, y la lectura de la Palabra.

«Mi casa…es la casa de todos»

 

Pastora Iris N. Torres Padilla