Jesús no caminaba tan solo para observar lo correcto y lo erróneo, pues comprendía que la existencia del ser humano era muy compleja para ser escudriñada por leyes y reglas de comportamiento. Vino no solo para cumplir la ley de Moisés, sino para sumergir al ser humano en la flexible ley de la vida. Dijo a los hombres de Israel: «Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás…Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio»(Mateo 5:21-22). También dijo muchas cosas relacionadas con los cambios interiores, como: «No sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha»(Mateo 6:3). Quería eliminar los disfraces sociales. Deseaba que las actitudes asumidas en secreto fueran recompensadas por Dios, que ve en lo oculto, y no por las criaturas. Moisés vino con el objetivo de corregir las rutas exteriores del comportamiento, pero Cristo vino con el objetivo de corregir el mapa del corazón, el mundo de los pensamientos y de las emociones. Para producir una profunda revolución en el alma y el espíritu humano. A pesar del rechazo de los discípulos, esa revolución seguía ocurriendo dentro de ellos. La semilla del amor y de la sabiduría estaba haciendo cultivadas en aquellos galileos, aunque sus hechos no lo demostrasen y nadie lo supiese percibir.

Ahora llegamos al cuarto y último sufrimiento causado por los amigos de Jesús. Pedro, el más valiente de los discípulos, lo negó tres veces. Pedro había declarado que, si era necesario, moriría con Él. Sin embargo, Jesús sabía que la estructura emocional de su discípulo, así como la de cualquier persona bajo riesgo de muerte, es fluctuante e inestable. Comprendía las limitaciones humanas. Pedro tenía una personalidad fuerte. Era el más osado de los discípulos. Pero su audacia no se apoyaba solamente en su propia personalidad, sino también en la fuerza de su Maestro. Ese pescador vio y oyó cosas inimaginables, cosas que jamás soñó presenciar. Pedro no era solo un pescador, era líder de los pescadores. Hacía lo que le venía a la cabeza. Era fuerte para amar y rápido para errar. Jesús fue un gran acontecimiento en su vida. Pedro dejó todo para seguirlo. Pagó un precio más alto que los otros discípulos, pues era casado y tenía responsabilidades hogareñas; pero no dudó. El conocer a Jesús, cambió de dirección, reconsideró su individualismo y comenzó a recitar la intrigante poesía del amor que escuchaba. Pedro, en efecto, entregó su vida al proyecto del Maestro.

El carácter de Pedro se distinguía de los demás. Él expresaba claramente sus pensamientos, aunque trastornaran a los que les rodeaban. Al ver el poder de Jesús, al constatar que el miedo no era parte del diccionario de su vida, y que era capaz de exponer sus ideas hasta en el territorio de sus enemigos, su carácter, que era ya fuerte, creció más aun. Cuando Cristo calmó la tempestad, Pedro tal vez pensó: ¿Si hasta el viento y el mar le obedecen, quien puede detener a ese hombre? Es invencible. Por lo tanto, si fuera necesario, enfrentaré a sus enemigos junto con él y de manera directa, pues ciertamente algún milagro hará para librarnos del dolor y de la muerte (Mateo 8:17). Es fácil ser fuerte cerca de una persona fuerte, es fácil entregarse a alguien que no está necesitado, pero es difícil estar al lado de una persona frágil. En el momento en que Cristo se despojó de su fuerza y se hizo simplemente el Hijo del Hombre, el fuerte Pedro desapareció. En el momento que Cristo manifestó sin disfraces su angustia nadie se ofreció, ni el propio Pedro, para estar a su lado.

[quote align=»center» color=»#666666_CODE»]Ten presente que Cristo viene.[/quote]

Pastora Iris N. Torres Padilla