«Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 17:5). Amado significa que «no se le puede adjudicar valor» y «único». No hay nadie como Cristo. Ni Moisés, ni Elías, ni Pedro, ni Zoroastro, ni Buda, ni Mahoma. Ni en el cielo ni en la tierra. Jesús, declaró al Padre, no es «un hijo», ni aun «el mejor de todos los hijos». Él es el «hijo amado». Pedro no se dio cuenta de eso. Él colocó a Cristo en una caja respetable con etiqueta de «los grandes hombres de la historia». Quiso darles a Jesús, a Moisés y a Elías un honor igual. Pero Dios no lo toleró. Cristo no tiene homólogos. Solo una enramada se debería construir, porque solamente una persona en el monte merecía ser honrada. Pedro, Jacobo y Juan se quedaron callados. No más conversación sobre programas de construcción. No más discusiones sobre basílicas, enramadas, monumentos conmemorativos o edificios. Eran tripulantes de un submarino llegando a la parte más profunda del océano, astronautas alunizando en la superficie de la luna. Vieron lo que ninguna otra persona había visto: a Cristo en su grandeza cósmica. Las palabras no sirven en un momento como ese. Se le fue la sangre del rostro, se pusieron muy pálidos. Les temblaban las piernas y el pulso se les aceleró. «Se postraron sobre sus rostros y tuvieron gran temor» (Mateo 17:6).

[quote align=»center» color=»#12FFE2″]Es por eso que Dios ha elegido hacerse conocer, para que podamos dejar de temerle a las cosas erradas.[/quote]

Este es el temor de Dios. La mayor parte de nuestros temores son ponzoñosos. Roban el sueño y quitan la paz. Pero este temor es diferente. «Desde la perspectiva bíblica, no hay nada neurótico en cuanto a temerle a Dios”. Lo neurótico es no tener temor, o temerle a lo incorrecto. Es por eso que Dios ha elegido hacerse conocer, para que podamos dejar de temerle a las cosas erradas. Cuando se ha revelado totalmente, y nosotros nos damos cuenta, entonces experimentaríamos la conversión de nuestro temor. «El temor del Señor» es el reconocimiento más profundo de que nosotros no somos Dios». ¿Cuánto tiempo hace que no sientes ese temor? ¿Desde que una nueva comprensión de Cristo te hizo doblar rodillas y te quedaste sin aire en los pulmones? ¿Desde que una mirada a Él te dejó sin palabras y sin aliento? Si hace tiempo, eso explica tus temores. Cuando Cristo es grande, nuestros temores son pequeños. A medida que tu visión de Jesús se agranda, los temores de la vida disminuyen. Un Dios grande se traduce en mucho valor. Una visión pequeña de Dios no genera valor. Un Jesús que tiene limitaciones, y que es pequeño, no tiene poder sobre las células cancerosas, los colapsos de las bolsas de comercio, y las calamidades globales. Un Jesús que puede ser empaquetado y sea portátil, tal vez queda bien en una cartera o en un estante, pero no hace nada por tus temores.

[quote align=»center» color=»#12FFE2″]Sube, da una mirada larga y nostálgica al Fuego, al Santo, al Altísimo, al Único. Y mientras lo haces, todos tus temores, menos el temor a Cristo, se derretirán como cubos de hielo que caen a una acera de verano.[/quote]

Debe haber sido por eso que Jesús llevó a sus discípulos al monte. Vio la caja a la cual lo habían confinado. Vio el futuro que les esperaba: la negación de Pedro al lado de la fogata, las prisiones en Jerusalén y en Roma, las demandas de la iglesia, y las persecuciones de Nerón. Una versión del tamaño de una caja de Dios no les serviría. Así que Jesús quitó los márgenes de sus ideas preconcebidas. Quiera Él también quitarle los márgenes a las nuestras. Sube, da una mirada larga y nostálgica al Fuego, al Santo, al Altísimo, al Único. Y mientras lo haces, todos tus temores, menos el temor a Cristo, se derretirán como cubos de hielo que caen a una acera de verano. Estarás de acuerdo con David: «Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?» (Salmo 27:1). Cuanto más tiempo vivimos con Él, tanto más grande llega a ser en nosotros. No es que cambie, sino que nosotros cambiamos; vemos más de Él. Vemos dimensiones, aspectos y características que nunca habíamos visto antes, porciones cada vez mayores y sorprendentes de su pureza, poder y singularidad. Desechamos las cajas y las viejas imágenes de Cristo como si fueran pañuelos de papel usados. No nos atrevemos a colocar a Cristo en un partido político conservador o liberal. La certeza arrogante se convierte en simple curiosidad. Al fin, respondemos como los apóstoles. Nosotros también nos postramos sobre nuestro rostro y lo adoramos. Y cuando lo hacemos, la mano del Carpintero se extiende a través de la llama impresionante de fuego y nos toca: «Levantaos, y no temáis» (Mateo 17:7).

[quote align=»center» color=»#12FFE2″]Ten siempre presente que Cristo viene.[/quote]

Pastora Iris N. Torres Padilla