Luz salía de él. Explosiva. Electrizante. El resplandor salía de cada poro de su piel y de cada parte de su ropa. Jesús resplandecía. Mirar a Jesús era como mirar directamente a la constelación Alfa Centauro. Marcos quiere que nosotros sepamos «que sus vestidos se volvieron muy blancos…tanto que ningún lavador en la tierra los puede hace tan blancos” (Marcos 9:3). Ese color radiante no era el trabajo de una lavandería, era la presencia de Dios. Las Escrituras muchas veces igualan la presencia de Dios con la luz, y la luz con la santidad. «Dios es luz, y no hay ninguna tiniebla en él» (1Juan 1:5). Él habita en «luz inaccesible» (1Timoteo 6:16). Entonces, el Cristo transfigurado es Cristo en su forma más pura. También es Cristo como verdaderamente es, usando su ropaje de antes de Belén, y después de la resurrección. «No es un galileo pálido, sino una forma sobresaliente, vigorosa que no puede ser doblegada». Es un «sumo sacerdote (que nos convenía): santo, inocente y sin mancha, apartado de los pecadores» (Hebreos 7:26). Un diamante sin ninguna imperfección, una rosa sin ninguna parte estropeada, una canción con el tono perfecto y una poesía con rima impecable.
[quote align=»center» color=»#04E88C»]Moisés y Elías eran el Washington y el Lincoln de los judíos. Sus cuadros colgaban en todas las galerías de personajes famosos de los hebreos.[/quote]
En un instante, Pedro, Jacobo y Juan eran mosquitos a la sombra de un águila. Nunca habían visto a Jesús de esa forma. Sí lo habían visto caminar sobre el agua, multiplicar el pan, hablarle al viento, hacer salir demonios y resucitar muertos. Pero, ¿que se viera como una antorcha encendida? Y resulta que Jesús estaba solo en la etapa de precalentamiento. Aparecieron dos visitantes: Moisés y Elías. El que dio la ley y el príncipe de los profetas pasaron a través del fino velo que separa a la tierra del paraíso. «Quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que Jesús iba a cumplir en Jerusalén» (Lucas 9:31). Moisés y Elías eran el Washington y el Lincoln de los judíos. Sus cuadros colgaban en todas las galerías de personajes famosos de los hebreos. Y allí estaban ellos, la respuesta a la oración de Jesús. No es como si esperáramos que Pedro, Juan y Jacobo repitieran la pregunta que hicieron en el mar de Galilea: ¿Qué clase de hombre es ese? (Mateo 8:27). ¿El mayordomo de la ley y el maestro de los profetas respondiendo a su mandato?
[quote align=»center» color=»#04E88C»] Nos gusta inmortalizar momentos como estos con estatuas, tablas de piedra o monumentos.[/quote]
A esta altura Pedro se aclaró la garganta para hablar. El fuego de la montaña hizo que metiera la pata. «Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías» (Mateo 17:4). Tal vez esas palabras nos parezcan inofensivas, y algunos tal vez piensen que es una buena idea. Nos gusta inmortalizar momentos como estos con estatuas, tablas de piedra o monumentos. Pedro cree que ese acontecimiento merece un programa especial de construcción y se ofrece de voluntario para el comité. Buena idea, ¿no es verdad? No desde la perspectiva de Dios. La idea de Pedro de construir tres enramadas era tan fuera de lugar y tan inapropiada que Dios no le permitió terminar la frase. «Mientras él (Pedro) aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quién tengo complacencia; a Él oíd» (V.5). Amado significa «que no se le puede adjudicar valor» y «único». No hay nadie como Cristo. Ni Moisés ni Elías, ni Pedro, ni Zoroastro, ni Buda, ni Mahoma. Ni en el cielo ni en la tierra. Jesús, declaró el Padre, no es «un hijo», «ni aún el mejor de todos los hijos». Él es el » Hijo Amado».
[quote align=»center» color=»#04E88C»]Ten presente que Cristo viene.[/quote]
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