Las consecuencias sociales eran más severas que las físicas. Considerada contagiosa, el leproso se le obligaba a guardar cuarentena, proscrito a una colonia de leprosos. En las Escrituras el leproso es símbolo del máximo proscrito: infectado por una condición que no buscó, rechazado por los que lo conocían, evadido por personas que no conocía, condenado a un futuro que no podía soportar. En la memoria de cada proscrito debe haber quedado el día que se vio obligado a enfrentar la verdad: la vida nunca sería lo mismo. La proscripción de un leproso parece rigurosa, innecesaria. Sin embargo el Antiguo Oriente no ha sido la única cultura que ha aislado a sus heridos. Nosotros tal vez no construyamos colonias ni nos cubramos la boca en su presencia, pero ciertamente construimos paredes y apartamos los ojos. La persona no tiene que ser leprosa para sentirse en cuarentena.

El toque no sanó la enfermedad. Mateo es muy cuidadoso al mencionar que fue el pronunciamiento de Cristo y no su toque lo que curó la enfermedad. «Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: ¡Quiero; se limpio! Y al instante su lepra desapareció» (Mateo 8:3). La infección desapareció por la palabra de Jesús. La soledad, sin embargo, fue tratada por el toque de Jesús. Ah, el poder de un toque divino. ¿No lo ha conocido usted? ¿El médico que lo trató, o la maestra que secó sus lágrimas? ¿Hubo una mano sosteniendo la suya en el funeral? ¿Otra en su hombro durante la prueba? ¿Un apretón de manos dándole la bienvenida a su nuevo trabajo? ¿Una oración pastoral por sanidad? ¿No hemos conocido un toque divino? ¿Acaso no podemos ofrecer lo mismo? Muchos ya lo hacen. Algunos tienen el toque maestro del Médico mismo. Usan sus manos para orar por los enfermos y ministrar a los débiles. Si usted no está tocándoles personalmente, sus manos escribiendo cartas, marcando números telefónicos, horneando pan. Usted ha atendido el poder del toque. Pero otros tendemos a olvidarnos. Nuestros corazones son buenos; es solo que nuestros recuerdos son malos. Nos olvidamos cuan significativo puede ser un toque. Tenemos miedo de decir cosas equivocadas, o usar el tono errado de voz, o actuar equivocadamente. Así que antes de hacerlo incorrectamente, no hacemos nada. ¿No nos alegramos de que Jesús no cometió semejante equivocación? Si su temor de hacer algo equivocado le previene de hacer algo, tenga presente la perspectiva de los leprosos del mundo. No son quisquillosos, no son remilgados. Sencillamente están solos. Están anhelando un toque divino. Jesús tocó los intocables del mundo. ¿Hará usted lo mismo?

Recuerda que Cristo Viene

 

Pastora Iris N. Torres Padilla