Pedro, Santiago y Juan eran hombres fuertes acostumbrados a pasar la noche en el mar. Difícilmente algo los abatía. No obstante, Jesús cruzó sus historias y les hizo ver la vida desde otra perspectiva. El mundo pasó a tener una nueva dimensión. El Maestro de Nazaret les había enseñado el arte de amar y hablado ampliamente sobre un reino donde no habría más muerte, dolor ni tristeza. Pero cuando dijo que su alma estaba profundamente angustiada, una avalancha de ideas negativas cayó en la mente de los discípulos. Parecía que el sueño había terminado. Los ojos de ellos se pusieron «pesados», cayeron en un sueño incontrolable. Después de haber dicho esas palabras, Jesús se alejó algunas decenas de metros de sus amigos para estar solo. Quería interiorizarse, orar y meditar acerca del drama por el cual pasaría. Después de la primera hora de oración, vino a ver a los suyos, pero los encontró durmiendo. A pesar de estar frustrado, no fue intolerante con ellos. Los despertó cortésmente. Es difícil entender tanta gentileza ante tanta frustración. Debió haber irritado con ellos y censurado su fragilidad, pero fue amable. Quizás ni quería despertarlos, pero necesitaba entrenarlos para enfrentar las dificultades de la vida, quería hacerlos fuertes para lidiar con los dolores de la existencia.

Muchos de nosotros somos intolerantes cuando las personas nos frustran. No admitimos sus errores, no aceptamos sus dificultades, ni la lentitud para aprender determinadas lecciones. Agotamos nuestra paciencia cuando el comportamiento de los demás no corresponde a nuestras expectativas. El Maestro diferente, nunca se desanimaba delante de sus amados discípulos, nunca perdía la esperanza en ellos, aunque lo decepcionasen intensamente. Del Maestro de la escuela de la vida aprendemos que la madurez de una persona no se mide por la cultura o elocuencia que posee, sino por la esperanza y la paciencia que irradie, por la capacidad de estimular a las personas a usar sus errores como ladrillos de sabiduría. Al despertarlos Jesús le preguntó a Pedro; » ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? “ Mateo 26:40). Es como si quisiera transmitirle a su osado discípulo: «Me dijiste hace unas horas que si era necesario, hasta morirías por mí. Sin embargo solo te pedí que estuvieras junto conmigo en mi dolor, y no pudiste hacerlo ni por una hora». Ese comentario pudo haber provocado en Pedro este pensamiento: Una vez más decepcioné al Maestro, y nuevamente fue gentil conmigo. Yo merecía ser reprendido seriamente, pero solo me hizo reflexionar en mis limitaciones…. Después de eso, Cristo regresó al viaje que estaba haciendo hacia su propio interior.

El sueño que arremetió contra los discípulos fue la primera frustración de Cristo. Él se había entregado mucho a ellos, sin nunca haber pedido nada para sí. La primera vez que les pidió algo, se quedaron dormidos. No pidió mucho, solo que estuviesen junto a Él en su dolor. Por lo tanto, en el momento cuando más necesitaba de sus amigos, ellos quedaron fuera de la escena. El único momento en que esperaba que fueran fuertes, ellos fueron vencidos por el estrés. En la segunda hora, Jesús se dirigió nuevamente a sus discípulos y los encontró otra vez durmiendo. Pero ahora ya no les dijo nada, solo los dejó que siguieran en su sueño. Solitario fue en búsqueda del Padre. En la tercera hora, algo sucedió. Llegó el momento de ser arrestado.

 

[quote align=»center» color=»#666666_CODE»]No olvides que Cristo viene[/quote]

Pastora Iris N. Torres Padilla