Una noche especial es esta. En esta noche hermosa nuestra casa celebra el Encendido de la Navidad. Dimos inicio a este culto con oración. Una vez orado, comenzamos a exaltar el nombre del Señor con el Grupo Tsarach. La presencia sublime de Dios se hizo palpable desde el inicio. La adoración del pueblo fluía mientras el Espíritu se movía de manera especial. Verdaderamente no hay nada más precioso que habitar en la presencia del Señor.

De pronto, en este extraordinario ambiente, la pastora llamó a los enfermos al altar. Llamó a los que tenían alguna condición, en especial a aquellos que padecían de la espalda. Se pusieron sillas frente al altar y sentamos a aquellos que adolecían de alguna condición espaldar. Y se oró por las vidas y fueron sanas: las piernas se enderezaban, los brazos, y las columnas vertebrales fueron puestas en su sitio. La gloria y la honra a quien gloria y honra merece. Dios se glorificó milagrosamente.

Una vez culminada la oración por los enfermos, nuestra pastora tomó la parte de la predicación:  “Ana deseaba ser madre, y se angustiaba por no ser capaz de tener un hijo. Y pasaba tiempo considerable en el templo orando por un hijo. El sacerdote despidió a Ana pensando que estaba borracha. Ana le dijo que su vientre era estéril y que necesitaba ser encendida. Dios tocó su vientre y Ana concibió. Samuel fue el primer profeta de la Biblia y último juez de Israel. Aquella luz apagada fue encendida. ¿Qué te apagó? ¿Quién te apagó? Acércate a la brasa; carbón con carbón se enciende. Dios comienza en lo imposible, no tiene límites ni fronteras”, finalizó.

 

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