«Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico):  A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.» (Marcos 2:1-11)

 

«Jesús estaba allí. Jesús estaba allí. Jesús estaba allí.  En una casa ordinaria, en un lugar desconocido, en una casa sin importancia. Jesús quiere estar en tu familia, Jesús quiere estar en tu vida, en tu trabajo. Cuando llega Cristo, lo ordinario se convierte en extraordinario. ¿Dónde está Jesus en tu vida? ¿Dónde está Jesus? ¿Cuándo fue la última vez que lo viste en tu casa? Muchas veces nuestras casas están tan llenas de ansiedad, queja, agonía, tristeza que no hay espacio para Cristo. Que se vaya todo menos Cristo.

 Inmediatamente el paralítico fue puesto a los pies de Jesús, y este lo que sintió fue compasión. No compasión por el cuerpo, porque ese cuerpo se deteriora. Él sintió compasión por el alma. ¿De qué le vale al hombre ganar todos los tesoros de esta tierra si al final pierde su alma? ¿De qué vale? Somos eternos y nuestra alma está destinada por Dios a compartir con Él la eternidad. ‘Hijo’ le dijo, ‘tus pecados te son perdonados’. La enfermedad del hombre de este tiempo no es física, sino espiritual. El pecado mata, nubla el entendimiento, te impide ver a Dios como Dios merece ser visto. El pecado impide tomar decisiones asertivas. No hay manera de ver a Dios si hemos pecado, porque Él es Santo. Para llegar al cielo solo hay un camino, y ese camino es Cristo. 

¿Qué ocurrió?  Algunos de los que estaban allí se sorprendieron. Seguramente un carpintero de una aldea de baja categoría no podía perdonar pecados, según ellos. No lo verbalizaron, pero cuando Jesús está en la casa, Él sabe lo que está en tu corazón (v.8). Porque con la boca decimos que amamos, pero con el corazón apuñalamos. Jesús no necesita escuchar tu voz; hay veces que nuestro corazón grita más alto. ¿Jesús está en la casa de tu corazón? 

Cuando Jesús está en la casa, lo muerto cobra vida. Cuando Jesús está en la casa, lo inmovible se mueve. Cuando Jesús está en la casa, lo imposible se hace posible. No hay nada imposible para Dios. ¿Qué quiere Dios? Que seamos buenos hermanos, que tengamos misericordia con el que necesita. Pensemos en otros más que en nosotros mismos. Cuando yo me encargue de tu necesidad y tú de la mía, el Dios justo se encargará de suplir todo lo que necesitamos. El norte de los amigos del paralítico era la sanidad de este. Te garantizo que aquellos cuatro amigos fueron por Jesús bendecidos.

 Jesús estaba allí, y cuando Cristo llega, todo cambia. Llegó Jesús. Hay que aprovechar que Él está en la casa. Hay ocasiones que hay que aventarse encima del manto del Señor, como la mujer del flujo de sangre. Hay que hacer el hueco en el techo y bajar por ahí hasta Él, como los amigos del joven paralítico. Tienes que provocar tu milagro. A veces esa es la última oportunidad que tendrás.

No hay tiempo para agendas personales. Cristo tiene que estar en la barca. Piérdelo todo, pero no lo pierdas a Él. No es amar de boca, ¿cuáles son las intenciones reales de tu corazón? Él está en la casa. Pelea tu bendición.  No es decir que yo amo A DIOS, es vivir lo que dice la palabra.

 

Dios te dice: ‘ven a mí’.» 

 

-Pastora Iris N. Torres Padilla