Mateo 25: 31-46

La heredad de la que hablamos es de aquella preparada desde antes de la fundación del mundo; un lugar, un propósito otorgado a cada uno mucho antes de formarnos en el vientre de nuestras madres. El Dios capaz de llevar esto a cabo es experto planificando el pasado, presente y nuestro futuro.  Esta heredad nos fue dada por medio de su amor. Ese amor incalculable fue suficiente como para cubrir nuestras faltas por medio de la salvación. Cuando el tiempo haya llegado, subiremos a las moradas celestes donde serán separados las ovejas de los cabros, los justos de los injustos, para vivir eternamente en la vida o en el castigo eterno.

Por ello es necesario que Él encuentre al real sacerdocio, al pueblo escogido, revestido de la armadura y con herramientas en mano trabajando para levantar y edificar. Todo esto sabiendo que el Todopoderoso va delante peleando la buena batalla por nosotros. Trabaja con lo que ya Dios te dio, de la mano con tu hermano haciendo el bien y amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.”

~Mateo 6:19-21

Antes bien es necesario preguntarnos ¿cómo entramos en el reino? Una vez Jesús le dijo a Nicodemo que era necesario nacer de nuevo (Juan 3: 1-15), aceptando a Jesús como su salvador.  Para aquellos que somos convertidos nos resta venir delante de él sabiendo que en el momento en que estemos cansados y cargados, él nos hará descansar.

“Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”

~2 Corintios 6: 2