«Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.»  Timoteo 1: 6-7

Como podemos notar, Pablo escribió esta epístola para dar ánimo y fortalecer a Timoteo. En esta encontramos una exhortación para que siga constante en el ministerio echando fuera el miedo y cualquier desaliento.

Por un momento intentemos estar en la posición de Timoteo o imaginar algunas de las circunstancias por las cuales Timoteo atravesaba y que hacían necesaria una palabra de ánimo. Por un lado, la hostilidad del Imperio Romano hacia el evangelio estaba creciendo, de modo que muchos cristianos estaban muriendo por esta causa, y el mismo Pablo estaba encarcelado por tal razón y esperaba ser ejecutado. Esto significa que Timoteo tendría que tomar la posición del apóstol y asumir unas  nuevas responsabilidades. Sin duda, esto podría asustar a Timoteo. Como si esto no fuera suficiente, Pablo le anuncia más adelante que estaban por llegar «tiempos peligrosos».

Frente a este panorama no debía desalentarse, y Pablo le anima a avivar el fuego del don de Dios que estaba en él. Timoteo sabía que Dios tenía un propósito con él, y ahora se le exhortaba para que lo desarrollara por medio de su uso diligente. Con esto no estaba reprochando a Timoteo de que estuviera siendo negligente o vago en el desarrollo de su ministerio, pero como sabemos, la tendencia del fuego es a apagarse y/o extinguirse y las circunstancias que rodeaban a Timoteo bien podían asfixiarlo o acabarlo, así que el apóstol quiere introducir nuevo oxígeno, una nueva motivación para que la combustión se reavivara aun más y siguiera haciendo frente con valor a las serias dificultades con las que se iba a encontrar. Podemos decir que se trataba de una exhortación para incentivar ánimo, fortaleza y un mayor crecimiento en Dios.

Esa fue la exhortación traída en nuestra vigilia, por el predicador Natanael AyalaAcevedo.  Tenemos que mantener el fuego en nuestro corazón, Dios se encarga de crearlo, pero debemos nosotros mantenerlo vivo. También alimentar constantemente nuestra relación con Dios y poner en acción los dones recibidos, para así no perder la pasión  y el entusiasmo por la obra del Señor, ni apagar su Espíritu Santo en nosotros.

 

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