En la mañana victoriosa del domingo, nuestra pastora continuó con el Salmo 23 v.5; que dice: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.” El Salmo 23 toca diferentes puntos claves, los cuales nos dejan ver que el Señor tiene cuidado de nosotros. Ahora, el versículo 5, nos habla sobre cómo manejar el dolor. “Las películas de Hollywood les gusta enfatizar la huida en medio del dolor, el sufrir en silencio, el hombre macho” dijo nuestra pastora Iris N. Torres. Este tipo de películas querían enfatizar que la persona no debe hacerle caso a lo que siente, pero bíblicamente, esto no es correcto.

El primer consejo que nos da el Salmo 23 v.5 es, NO ignores tu tristeza. No niegues la verdad de lo que sientes. Acepta con toda honestidad que te duele. Porque el primer paso para curar el dolor, es la aceptación. Dios en su palabra nos muestra que él fue, es y será nuestro escudo en medio del dolor. “Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; Mi gloria, y el que levanta mi cabeza.” (Salmo 3:3)

No miniminices tu herida, porque te haces daño a ti mismo. No lo calles, háblalo. No permitas que el orgullo y la apariencia te roben de tu sanidad interior. Estos, además de robarte de la paz interior que necesitas, te infectarán, te cegarán ante la realidad de las cosas. “Enmudecí con silencio, me callé aun respecto de lo bueno; Y se agravó mi dolor.” (salmo 39:2)

Muestra tu dolor. No trates de aparentar que todo anda bien, ni tampoco quieras tapar tu angustia con bienes materiales. Tú eres más que eso. El propósito de Dios para tu vida no es esa angustia desesperante, ni ese dolor que te consume. Tu vida vale más que eso. David dijo en uno de los Salmos: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día.” (Salmo 32:3) Un dolor guardado se intensifica, y se empeora. Mientras te aferres a tu dolor, a tu angustia y a tu molestia, te quedarás enfermo; con la herida abierta, propenso a que se agrande.

Busca alguien con quien puedas hablar; alguien quien imparta sabiduría de Dios a tu vida. Saca cita con tu pastor o pastora. Habla con algún profesional. Y entrégale a Dios tu dolor. No lo aguantes más. Tal vez pienses que todo anda bien, que ya lo que pasó no te duele, pero te pregunto: ¿cómo está tu corazón? Si tuvieras la oportunidad de pedirle al Señor cualquier cosa, ¿qué sería?

El Señor en su palabra nos da aliento, él es nuestro padre, nuestro amigo fiel. “Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé” (Isaías 43: 4a) Entrégale tu dolor, y él cambiará tu llanto en alegría; esa es nuestra esperanza.

 

 

Por: Lisandra Y. Rodríguez