• ¿Alguna vez haz experimentado esa sed?
  • ¿Qué estás haciendo ahora que te encuentras en la prueba?

David en un momento dado fue perseguido por su hijo Absalón, quien le despojó de su trono y de sus posesiones mediante un golpe de estado.  Él estaba desesperado por la presencia de Dios. En vez de tornar su corazón hacia lo que había perdido, el rey David optó por no dejar que sus emociones dominaran sus decisiones. Colocó a Dios primero. En la dificultad, él proclamó la grandeza del Señor. Cuando nos encontramos sedientos, esa sed sólo puede ser satisfecha por medio del Espíritu Santo y no del materialismo, el orgullo, el poder o la gloria.

Saciar tu sed es una decisión, pues el agua está disponible y solo tú optas por tomarla y compartirla con el que está a tu lado.  La oración es mucho más que una conversación con el Padre; es una relación, y a través de ella logramos que se haga la voluntad del cielo aquí en la tierra.

Nuestra oración se ha de convertir en nuestra mayor adoración cuando:

  • Anhelar su presencia sea lo primordial en nuestra vida
  • Vayamos sin condiciones; tal cual somos
  • Nos presentemos simples delante de Él y sin palabras rebuscadas

“Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas,”

                                                                                                                        ~Salmos 63: 1