Es maravilloso estar en la Casa del Señor: estar los hermanos juntos en armonía, en completa disposición de adorar a nuestro Salvador. Dimos inicio a este culto con la adoración de Tsuarach. Cantamos alabanzas, le adoramos y su presencia se manifestó de manera sublime; el ambiente fue transformado, y nos vimos preparados para ser alimentados con la Palabra de Dios. Una vez culminados los cánticos, nuestra pastora Iris N. Torres expuso el mensaje:

«Estamos en el año de la bendición, pero no quiere decir que no tengas que enfrentar tu verdad familiar. Dígale a la circunstancia: ¡Yo le creo a Dios! El libro de Génesis relata que el corazón de Rebeca se apegó al de Jacob y el de Isaac a Esaú. Jacob era hogareño y Esaú era ‘casi un Neandertal’; cazaba y cocinaba un buen guiso. Isaac estaba anciano y ciego, y sus días estaban contados. La costumbre establecía que la bendición era para el que nació primero. Es decir que, en este caso, le tocaba a Esaú. Rebeca escuchó cuando Isaac le dijo a Esaú que le hiciera un guiso para bendecirlo. Esta se apresuró entonces a darle instrucciones a Jacob de engañar a Isaac para que le bendijese en vez de a Esaú.

Yo quiero mi bendición, aunque yo sea imperfecta. Ya tú eres bendito por medio de Jesucristo. Rebeca disfrazó a Jacob y le envió donde Isaac. A Dios no hay que ayudarlo. Dios tenía planes con Jacob y los iba a cumplir sin tener Jacob que engañar a su padre. Para cumplir el propósito de Dios no se toman atajos. El engaño no es de Dios. Por más que Jacob modulara su voz, Isaac lo reconoció. El engaño atrasa la bendición, no la adelanta. Isaac sospechaba, pero no podía descifrar, no podía ver. No permitas que tu crisis cambie tu propósito; aunque estemos debilitados permanezcamos de pie. La bendición nos compromete con Dios. A Jacob, a raíz de esta experiencia, le fue cambiado su corazón y su nombre, y de él salió la nación de Israel. Dios cambia nuestros hábitos, nuestras costumbres, la manera en que enfrentamos la vida. Tú cargas la bendición de Dios sobre ti. ¡Aprovéchala!»

Nos honraría el contar con su presencia en nuestro próximo Culto al Altísimo. Les esperamos.

¡Mi Casa es. . . la Casa de Todos!