En la vida del cristiano hay muchos retos, ya que siempre buscamos vencer la carne y someternos cada día más a Cristo. Las tentaciones son nuestras constantes batallas y, si no estamos firmes, podemos flaquear. A veces, podemos pensar que somos santos y que tenemos a Dios agarrado del manto. Pero, cuando perdemos el trabajo o vemos a nuestro hermano pasando dificultades o pasamos por una circunstancia en la cual hay que reflejar el rostro de Cristo, se nos olvida que Dios es Soberano, que está sentado en su trono, que no somos santos ni perfectos y que es menester ayudar a otros cuando tienen necesidades. No debemos olvidar que tenemos debilidades como cualquier otra persona y tenemos que cada día pedir la guianza de Dios.

En Mateo 22:34-40 nos dice: «34 Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. 35 Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: 36 Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? 37 Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el primero y grande mandamiento. 39 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.»

Estos dos mandamientos son fundamentales en nuestra vida como cristianos. Nosotros, los humanos, somos seres físicos y espirituales, por ende, es fundamental en nosotros amar a Dios y a nuestro prójimo. Es nuestra obligación ayudar y amar al prójimo porque si aborreces a tu hermano, a quien ves, ¿cómo vas a amar a Dios, a quien no ves? (1 Juan 4:20). Recuerda que Dios nos ama a todos iguales y nos ve con ojos de misericordia. Por eso, te exhortamos nuevamente: ama a Dios por sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo.