“Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo:  Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel.” (Jeremías 1: 1-6)

 A nadie le gusta ser vasija. A nadie le gusta ser barro. A nadie le gusta ser moldeado. El barro en la alfarería viene a ser el nivel más bajo, y a ninguno de nosotros nos gustaría permitirle a unas manos que no son las nuestras, moldearnos a su manera. Todo lo contrario, le huímos a la formación de Dios.

Tres palabras me decía el Señor. La primera: Confrontación. Subirse a la mesa del Alfarero significa confrontación. El Espíritu de Dios nos confronta con nuestra verdad, no con lo que pretendemos ser. Nos confronta con nuestro orgullo, y el Espíritu Santo nos muesta como Dios nos ve. Y nosotros somos barro. Decimos con nuestra boca que Él es nuestro dueño, pero nuestras decisiones no las pasamos por el sedazo de la oración. Las palabras se las lleva el viento. Más que palabras, Dios busca que accionemos a ellas.

Y mientras la vasija estaba en la rueda del Alfarero, se dañó. Pero sabemos que Dios siempre tiene un plan. Por eso la segunda palabra que Dios me dijo fue: quebrantamiento. Una vez nos hace ver nuestra verdad, nuestra condición, pasamos por la etapa del quebrantamiento. Dios no te desecha por tus errores, esto es la maravilla del quebrantamiento. El quebrantamiento saca lo mejor de nosotros, este cambia nuestra perspectiva de Dios. Quita el lente del egoísmo, orgullo, y del auto-engaño. Te coloca la visión correcta de que nosotros dependemos de Dios, que sin Él nada somos.  En esta etapa lo que quedaba de nosotros el Señor lo rompe, aunque esto sea doloroso, confía en que tu padre no te quebrará en el proceso. Él sabe cuando el dolor es intenso, y te permitirá respirar.

Entonces entramos a la tercera palabra que me dio el Señor:  Formación. A su manera, a la manera que Él predestinó. La vasija no puede exigirle al alfarero la forma de su estructura, pues es su mesa y son sus manos. Dale la gloria a Dios por ser de la manera que eres, porque esa es la forma y manera que Él quiso que fueras.

Dios te dice hoy: “Porque yo te amo, voy a colocarte en la mesa del Alfarero para darte la forma, no que tu quieres, sino la forma que yo quiero.”

Pastora Iris N. Torres Padilla

(Julio 9, 2017)