Este pasado viernes 26 de septiembre, llevamos a cabo un estudio bíblico que tocó dos estampas bíblicas: Jesús en el huerto del Getsemaní y Moisés frente a la zarza ardiente.

Moisés y la zarza ardiente – Éxodo 3

Moisés, hombre que cometió errores a lo largo de su vida, fue llamado por Dios. En pleno desierto, Dios lo escogió para que fuera a Egipto a liberar a su pueblo de las angustias y aflicciones que habían vivido durante mucho tiempo. Al ver y al oir el clamor de su pueblo, Dios decidió escoger a Moisés y enviarlo en Su nombre para que avisara a todo el mundo. Moisés, en obediencia, cumplió con el mandato de liberar al pueblo y llevarlo a la tierra prometida. A Israel le esperaba una tierra en la que fluía leche y miel, tal como lo dice la Biblia. Así pues, el Espíritu de Jehová acompañó a Moisés y al pueblo de Israel, hasta llegar muchos años después a la tierra prometida; y todos le sirvieron al Rey De Israel.

Jesús ora en el Getsemaní – Marcos  14 32-42

Más allá de cualquier evento registrado y no registrado a lo largo de la historia, llegó el día que dividió el tiempo, como lo conocemos en esta cultura occidental, en dos partes. Con la llegada de Jesús a la Tierra, estaba por consumarse la mayor promesa de todas, la promesa de salvación. Pero para que esta promesa se cumpliera, el Cordero del sacrificio vivo tuvo que sufrir. En el huerto del Getsemaní, mientras Jesús oraba y clamaba por misericordia, se desataba la mayor batalla. Él en sus oraciones pedía que se hiciera la voluntad del Señor, porque ya sabía a lo que se iba a enfrentar. Jesús también llevó consigo tres de sus dicípulos para que oraran y velaran junto a él. Pero en medio de la batalla de Jesús, mientras pedía a nuestro Padre que pasara la copa que representaba toda la carga de nuestros pecados, los discípulos dormían.

Entristecido hasta la muerte, sudando gotas de sangre (los capilares de su rostro se rompieron debido al estrés extremo que sufría), y llevando la carga de nuestro pecado, Jesús declaró que se haría la voluntad de su Padre, y no la suya. Es por esto que hoy somos salvos, porque aún sin merecerlo, Jesús hizo la voluntad del Señor y se entregó como el sacrificio perfecto que hoy nos permite tener acceso al Señor y ser llamados hijos suyos. No existen palabras para explicar cuánta misericordia y amor hoy nos hacen libres y perdonados.

¡Por Eso Amamos Al Caballero De La Cruz!

 

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Mi casa, es la casa de todos

 

 

Escrito por: Kevin Colón