El domingo 8 de febrero en el Culto al Altísimo Matutino hablamos sobre la misericordia y el perdón de Jesús, y sobre cómo contrastan con la crueldad y los prejuicios del ser humano. La pastora Iris N Torres tomó como base bíblica Lucas 7:36-50.

Un fariseo llamado Simón le rogó a Jesús que fuera a su casa a cenar con él. Sin embargo, la Biblia nos deja saber que cuando Jesús llegó no fue tratado con la cortesía con la que los judíos acostumbraban tratar a sus visitantes. «Como costumbre, cuando los judíos recibían una visita, debían lavarle los pies y darle un beso de saludo. A Cristo no se le ofreció esta cortesía. Probablemente lo sentaron a la mesa y le pusieron la comida de frente, no le estaban tratando con el respeto que, como visita, merecía», comenzó la pastora.

Mientras esto ocurría, entró a la casa una mujer pecadora. Ella traía consigo un frasco de alabastro. «Esta mujer gastó todo lo que tenía para poder conseguir ese frasco. Los frascos de alabastro contenían un unguento, muy caro, utilizado para ungir a los reyes. Estos frascos eran hechos de una sola pieza, lo que significaba que, para sacar el perfume había que romper el cuello del frasco. Por lo tanto, el contenido del frasco podía ser usado una sola vez», explicó la pastora. La mujer rompió el frasco, ungió los pies del Maestro con el perfume, lloró, y secó las lágrimas que caían con su cabello.

Mientras esto ocurría, Simón pensó dentro de sí que si Jesús fuera verdaderamente un profeta, sabría qué tipo de mujer estaba tocándolo. Todos en aquella casa sabían que era una mujer pecadora. Ella se arriesgó a ser sacada a la fuerza, o a que cometieran algo peor contra ella. Jesús, conociendo los pensamientos de Simón y de todos en la casa le dijo:

«Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta;  y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más?» (v. 41), a lo que Simón respondió: «Pienso que aquel a quien perdonó más» (v.43). Jesús, le dijo a Simón que él no le había lavado los pies cuando llegó a su hogar, pero sin embargo, esa mujer estaba lavando sus pies con sus lágrimas. Le dijo que él no le había besado cuando llegó, pero que esa mujer no cesaba de besar sus pies. Tampoco Simón ungió su cabeza con aceite, pero que ella le ungió con perfume. «Dios utilizó a una mujer pecadora para dar cátedra de cómo debía ser tratado Cristo. Ella, con ese perfume, le decía a Cristo: ‘Tú eres el Rey verdadero’. Y Dios aceptó su regalo, no por lo caro del perfume, sino por la honestidad de su corazón», dijo la pastora.

Jesús le dijo a Simón: «a quien poco se le perdona, poco ama» (v.47). «Yo no sé usted, pero yo amo mucho a Dios porque me ha perdonado mucho», dijo la pastora. No seamos ligeros para juzgar. Dios nos lavó y nos perdonó, y se nos olvida que un día estuvimos como aquella mujer. Tengamos misericordia con aquel que la necesita. Cristo permitió que una mujer pecadora tocara sus pies y le adorara. ¿Quiénes somos nosotros, entonces, para decidir lo que Dios perdona o no perdona? ¿Por qué decidimos y emitimos juicio sobre los demás? ¿Por qué somos rápidos para decidir cómo Dios ve la adoración de alguna persona? Solo Dios conoce el corazón. Seamos ligeros para juzgar y rápidos para tener misericordia.

 

Mi casa es la casa de todos…