El pueblo de Israel (según narrado en las Sagradas Escrituras) fue. . . un pueblo muy interesante. Trato de significar por medio de la palabra «interesante», que llama la atención que los aspectos cualitativos y característicos de este pueblo sirven de prototipo de ser humano (sobre todo en sus imperfecciones). Sin duda alguna, el pueblo de Dios era uno insolente, quejón, irreverente y, sobre todo, ingrato. No es evitable comparar nuestro comportamiento con el de este pueblo y llegar a conclusiones no muy alentadoras. Sin embargo, no debemos desfallecer al descubrir que somos tan imperfectos y cualitativamente semejantes al pueblo de Dios. De sus tropiezos podemos aprender, tanto para enmendar nuestras erradas conductas como para aprender que nuestro Dios Santo, es también misericordioso.
Aun Dios haciendo provisión para las necesidades de las multitudes que liberó de las manos opresoras de la esclavitud egipcia, el pueblo recordaba con nostalgia los alimentos que les proporcionaban sus antiguos amos. Se quejaban de la monotonía de tener que saciar su hambre con el maná de todos los días. Parecía que olvidaban el milagro cotidiano de comer alimento que «descendía del cielo» (de manos de su libertador). Nuestro maestro, Josué Ortega pronunció: «El pueblo fue protegido milagrosamente». Dios lo protegía en gran manera, pero el pueblo no lo agradecía; lo daban por sentado. No podían ver la evidente providencia de Dios, bondad y misericordia. Fijaban su mirada en lo que carecían en vez de mirar la obra de Dios en medio de ellos. ¡Cuántas veces este ha sido (o es actualmente) nuestro panorama! «Somos mal-agradecidos», expresó Ortega. La ingratitud reina cuando ignoramos el valor inmenso de aquello que Dios nos ha brindado.
La ingratitud reina cuando ignoramos el valor inmenso de aquello que Dios nos ha brindado.
Por tanto, es importante que hagamos el ejercicio (porque muchas veces cuesta) de reflexionar en todo aquello que Dios nos ha provisto, comenzando por la salvación (que ni remotamente la merecemos). Observemos que cada instante que vivimos en esta Tierra (y mas aun siendo creyentes) es un regalo en sí mismo, y que todo lo demás es añadidura (no sabemos cuándo hemos de morir, por ende, cada momento debe ser recibido con gran gratitud), hay mucho por lo cual estar agradecido. La salvación, su cuidado, sus promesas, su paz, su suficiencia, su Palabra, su Espíritu Santo, la eternidad, etc; son tantas de las cosas que obviamos y no las tomamos en cuenta a la hora de quejarnos cuando no obtenemos lo que deseamos. Pensemos y veremos que siempre debemos ser agradecidos, aunque nuestros caprichos no sean atendidos. Seamos como Jesús, quien siempre le agradecía al Padre en sus oraciones; siempre nos dio su ejemplo.
Amado hermano, le esperamos todos los domingos en la Iglesia de Jesucristo El Caballero de la Cruz, a las 9:30am, en la Escuela Dominical: la espina dorsal de la Iglesia.
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