De la muerte inminente, propinada por el dominio del pecado sobre la humanidad, fuimos rescatados a través de la muerte de un Redentor. Este se entregó canjeando su vida en lugar de la nuestra, para brindarnos nuestra libertad. Jesucristo, nuestro salvador, nos obsequió «la potestad de ser llamados hijos de Dios» (Juan 1:12). «Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia» (Rom 5:17).

En una clase formidable, el domingo 6 de noviembre, discutimos varios temas, desde el pecado original hasta la rendención por medio de Jesucristo. La pastora Vanessa Torres, nuestra maestra de escuela bíblica, nos resumió la trayectoria del pecado y la muerte, y su conclusión al  resucitar el Mesías.

«Este rescate (la salvación ante muerte inminente) es más valioso que el oro y la plata; es invaluable. Mi redención, mi rescate vale más que todas mis posesiones», expresó Torres. La salvación del pecado y de las garras de la muerte, por gracia divina, mereciendo nosotros legítimamente tales consecuencias, son una concesión demasiado inmensa para ser concebida, y mucho menos cuantificada. «Somos seres espirituales; Dios desea pasar la eternidad con nosotros», aseveró. Como si fuera poco, el Señor, creador y sustentador del universo y todo lo existente, anhela con un deseo inconmesurable que estemos junto a Él. Las bondades de Dios resultan difíciles de comprender para el ser humano. «Fuimos rescatados para la virtud de Dios. Habla del carácter de Cristo», explicó. Tenemos una misión, y esta es compartir lo que nos ha sido compartido. Debemos, y debería ser nuestra alegría, hablar de aquel que nos ha hecho tanto bien. Prediquemos de Dios y sus maravillas.

 

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