En nuestro caminar con el Señor, en esta vía de victoria segura en Cristo, enfrentamos aparentes derrotas. Nos encontramos ante situaciones que parecen ser las que definitivamente nos quebrarían, e iniciarían el duelo de nuestro fenecimiento. Los sentimientos comienzan a entenebrecerse y cobrar tonalidades más sombrías; reflejo de nuestro desaliento. Y poco a poco este sentir interno carcome los cimientos de nuestra esperanza, y la relación más hermosa que el ser humano pueda conocer: su relación con su Creador y Salvador, es puesta en un plano inferior de importancia, reemplazada por el afán y la introspección excesiva en resolver nuestros asuntos íntimos. Ha llegado el desánimo a nuestra conciencia y a nuestro corazón. . .

Somos humanos. Nosotros sentimos y padecemos, ¡y de qué manera! Hay momentos en que nuestras energías emocionales gozan de un éxtasis inquebrantable, y en otros, sufrimos de la pérdida del ánimo para continuar. El escritor bíblico, Santiago, nos enseña que: “el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1:8).  No es sostenible el ser “llevado como las olas del mar” por toda corriente emocional que experimentemos al reaccionar a los problemas. Nuestra postura debería ser una de confianza ante la aflicción. ¿Confianza en quién? En Dios, el Todopoderoso. Pedro nos insta a que echemos toda nuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de nosotros (1 Pedro 5:7). Él nos invita a acercarnos a él en esos momentos que más le necesitamos. Él se preocupa y desea atender nuestros asuntos. Pero, erradamente, nos sumergimos en nuestra culpa y auto-conmiseración. La respuesta natural es alejarse y sumirse en el desánimo. ¡No!. Detente y corre al “trono de la gracia para alcanzar misericordia y el oportuno socorro” (Hebreos 4:16). Dios desea nuestro bien (Jeremías 29:11). Debemos acercarnos a él, en buenas y en malas. Solo tenemos que clamar a él y nos ha de responder (Jeremías 33:3). Y cuando a su abrigo nos acogemos, somos arropados por su cuidado, y él –paternalmente- levantará nuestra cabeza (Salmos 3:3). Dios está, no estás solo(a). Tu sinceridad hará del desánimo historia; Dios no puede resistirse a un corazón sincero.

 

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