Un Dios que es justo aplica la justicia a través de sus atributos, los cuales son amor, misericordia y justicia.  El profeta Isaías se levanta en medio de un marco histórico difícil y bastante parecido a la situación mundial actual: el justo sufre, el temor domina, sexo desenfrenado y una sociedad corrupta.  En Isaías 59:15-21 la palabra de Dios lee así:

Isaías 59:15-21Reina Valera Contemporánea (RVC)

15 En ninguna parte se encuentra la verdad. A quien se aparta del mal se le pone en prisión. El Señor vió esto, y le fue muy desagradable ver que ya no había derecho. 16 Buscó a alguien, y se asombró al ver que nadie intervenía. Entonces intervino su brazo para salvar, y para establecer su justicia: 17 se revistió de justicia como con una coraza, y se cubrió la cabeza con un yelmo de victoria; por vestiduras tomó ropas de venganza, y el celo por su pueblo lo cubrió como un manto. 18 Y se dispuso a vindicarlos, a retribuir con ira a sus enemigos y darles su merecido a su adversarios de las costas lejanas. 19 Del oriente al occidente temerán el nombre del Señor y reconocerán su poder. Ciertamente el enemigo vendrá como un río caudaloso, pero el espíritu del Señor desplegará su bandera contra él. 20 Entonces vendrá el Redentor a Sión; vendrá a todos los de Jacob que se arrepientan de su maldad. 21 El Señor ha dicho:

«Éste será el pacto que haré con ellos: Mi espíritu está sobre ti, y desde ahora y para siempre las palabras que puse en tu boca nunca se apartarán de tus labios, ni de los labios de tus hijos, ni de los labios de tus nietos.»

Con esta introducción comenzó la pastora Vanessa Torres la prédica matutina del domingo 2 de agosto de 2015. Explicó la porción del profeta Isaías la cual dice que Dios se puso el yelmo de la salvación; que traerá justicia pero habrá perdón, esperanza y salvación, tanto para el agraviado como para el agravante.  La justicia de Dios los impacta a ambos. Israel, siendo el pueblo de Dios, pecó y permitió la injusticia y, como consecuencia, recibieron de parte de Dios la retribución de acuerdo a sus acciones.  En ocasiones clamamos por justicia cuando hemos sido agraviados, pero se nos olvida que también hemos sido agravantes, y la justicia de Dios llega para ambos. No hay necesidad de que expliquemos nada a Dios, pues él todo lo sabe, todo lo ve y obrará justamente.  Sin embargo, qué bueno es saber que un Dios de justicia también es un Dios amoroso.  No puede haber justicia sin amor.  ¡Qué bueno es saber que si él nos juzga, tendrá misericordia!  Dios se viste con el yelmo de la salvación y también se pone el manto de justicia.  El día de la justicia y de la cosecha llegará.  Él prometió y cumplirá.  También prometió que a los justos los segará Dios.  Como concluye el profeta Isaías, todos los que sufren recibirán la retribución de salvación, de uno que se hizo hombre y murió por nosotros.  Ese acto de justicia y amor nos hizo santos y nos lleva a casa.

Cuando la mujer pecadora ungió los pies de Jesús, los hombres que la vieron la juzgaron. Unos lamentaron la pérdida del caro perfume, otros se preguntaron que cómo era posible que Jesús permitiera que lo tocara conociendo quién era ella.  Sin embargo, Él quería salvarla.  Los prejuicios y los dogmas del hombre nos separan; se nos olvida que Él nos perdona y borra nuestros pecados.  Tenemos que posicionarnos detrás de la cruz de Cristo y dejar los prejuicios.  Nuestras actitudes producen dolor.  Tengamos cuidado de no tener un concepto mayor de nosotros del que debamos tener; que Dios sea nuestro centro y le demos la honra, pues todo lo que tenemos nos lo ha dado Él.

No importa si eres el agraviado, o si has sido el agravante, hay perdón y justicia para ti.  Hay oportunidad para que perdones y seas perdonado.  Confesemos con pasión a Dios nuestros pecados y el Dios justo, que tiene sobre su cabeza el yelmo de la salvación, nos perdonará.  Dejemos todo orgullo y permitamos que el amor de Dios crezca en nuestra vida.  Los que aman a Dios llevan fruto, son fieles y leales.

 

Mi casa es la casa de todos