4 de mayo de 2014

En Deuteoronomio 6: 13-16, vemos cómo Dios trató con su pueblo y le dio unas directrices claras de cómo debían regirse. Les había de dar una tierra que estaba rodeada de muchas influencias culturales, religiosas y políticas. Dios quería para sí un pueblo separado y encomendado a ÉL, y solo a Él. Es por esto que los mandamientos los comunica Moisés a los israelitas para que los pusieran en práctica.

Cuando vamos al Nuevo Testamento, luego del bautismo glorioso de nuestro Señor, el Espíritu que descendió sobre Él lo dirige hacia el desierto. Allí se separó Jesús 40 días en ayuno y oración; en meditación e introspección. Posiblemente Él reflexionaba en lo que había de acontecer en su ministerio; en los enfermos que sanaría, en los cautivos que libertaría y en las vidas que influenciaría. No obstante, pienso que también estaba en sus pensamientos su peregrinación agonizante, aunque necesaria, a la cruz. Sabía exactamente su misión y lo que había de padecer, y lo que había de sentir; todo por amor.

Jesús rechazó los embates más violentos de Satanás, no mediante un rayo espiritual, sino con la Palabra de Dios empleada con sabiduría del Espíritu Santo, que está a disposición de todo cristiano.

Sin embargo, el diablo lo visita en su retiro. Lo tienta, apelando a sus necesidades físicas, a su naturaleza real y a su poder divino. Incluso, viendo el diablo que Jesús contrarrestó exitosa y rotundamente su tentación inicial, procede a usar la misma herramienta con la que el Señor le contraargumentó: la Palabra. Quería saber si Jesús, ya debilitado físicamente, verdaderamente confiaba en «toda palabra que salía de la boca de Dios». Pero, Jesús, sabio en la palabra, conociendo la voluntad de su Padre y su misión en la Tierra, barría contundentemente todas sus codiciables propuestas.

«Jesús rechazó los embates más violentos de Satanás no mediante un rayo espiritual, sino con la Palabra de Dios empleada con sabiduría del Espíritu Santo, que está a disposición de todo cristiano» (Comentario Moody). Está en nosotros el conocer Su Palabra y «meditar en ella de día y de noche» (Josué 1:8) para no ser sorprendidos y estar preparados en el momento oportuno para arremeter contra las artimañas del enemigo. Recordemos que «no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos» (Hebreos 4:15-16) (NVI). (Referencia: «El Discípulo«)

 

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