Luego de que nuestro Señor Jesucristo expirara, fue llevado deprisa a ser sepultado. Un miembro del Sanedrín y seguidor secreto de Jesús, José de Arimatea, ofreció su nuevo sepulcro para que el cuerpo del fenecido Maestro yaciera. Fue tan ligero el proceso de preparación y el de la misma sepultura, que los procedimientos que demandaba la ley judía no pudieron ser satisfechos del todo el mismo día; la inminente llegada del día de reposo estaba a la puerta. Las mujeres leales al ministerio de Jesús optaron por pacientemente aguardar hasta el domingo para proceder con las exigencias de la ley, y para darle a su amigo una sepultura digna.

Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos. Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho. Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán.» (Mateo 28:1-10)

El Señor desea que resucite en nosotros una relación más profunda y real con Él. La razón por la cual Jesucristo vino en carne, para morar entre nosotros y morir bajo nuestras manos, no fue para perdonarnos meramente. Mas bien, mediante el perdón y la redención, reconciliarnos a Él. Dios deseaba nuestro corazón, y que mediante el sacrificio de Jesús halláramos paz y libre entrada a su presencia; donde podemos habitar con Él y Él con nosotros. ¡Gloria al Dios de Gloria! Valoremos lo que Dios nos ha regalado. Así como Jesús resucitó de los muertos, así resucitamos todos aquellos que le confesamos y decidimos poner en Él nuestra confianza: trascendimos de la muerte a la vida.

 

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