“y siendo sumo sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.”
~Juan 3:2
Los profetas eran las personas a las que Dios utilizaba para hablar a su pueblo. Luego de Malaquías, pasaron cerca de 400 años antes de que el Señor utilizase a alguien para guiar a su pueblo nuevamente. Hubo mucho silencio. Finalmente llega el tiempo de utilizar a Juan, el Bautista. Cuando leemos Juan 3:1-20 nos percatamos que el pueblo estaba pereciendo por falta de conocimiento y preguntaban que debían hacer. Era necesario este proceso, pues en el desierto es que somos formados. A diferencia de los tiempos antiguos, contamos con la palabra, y esta no pasa ni caduca. Entonces, ¿realmente Dios permanece en silencio? De contínuo nos habla por medio de la Biblia y no siempre por profecías. Él puede hablar a tu corazón o hacerlo de forma audible, pero ¿le estamos escuchando? ¿Guardamos silencio o hablamos tanto que no le damos espacio a que nos responda?
Lo que podemos saber con certeza es que nadie está exento de pasar por el desierto porque allí somos moldeados a la manera de Dios. Ahí nacen las nuevas voces, las nuevas temporadas, las oportunidades perfectas para hablar a otros de quién es Dios y lo que ha hecho en nuestras vidas. Ese es el fin, a ello fuimos llamados, aunque nos enfrentemos a una grande oposición. Juan se enfrentó al gobierno, a los religiosos, a Herodes y a sí mismo, y aunque su final fue la cárcel, supo que se había cumplido el propósito de Dios en su vida. ¿Se está cumpliendo el propósito de Dios en la tuya?
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