“…Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” – Lucas 18:8 (RV1960)

Jesús enseñaba y hablaba por parábolas.  Como el buen Maestro, enseñaba  a su audiencia en una manera sencilla y fácil de entender. La gente quería escucharlo.  Lo escuchaban los niños, jóvenes, adultos, hombres,  mujeres, letrados, incultos, reyes, pescadores… ¡Le seguían multitudes!

En una ocasión les narró una parábola sobre un juez que no temía a Dios ni respetaba a hombre alguno (Lucas 18:1-8). Los jueces deben aplicar las leyes para hacer justicia a los hombres; por lo menos eso se espera de ellos. Había una viuda que venía constantemente donde este juez, pidiendo que le hiciera justicia con su adversario. Alguien le estaba haciendo daño. No tenía un esposo que la defendiera y estaba completamente desamparada, solo con la fe puesta en que este juez era el único que le podía hacer justicia y darle la victoria sobre aquella persona.

La Palabra del Señor no especifica durante cuánto tiempo esta viuda estuvo presentándose delante del juez pidiendo justicia, solo dice que este juez no quiso hacerle justicia de inmediato, sino que tardó.

¿Cuánto tiempo llevas presentando tus peticiones delante del Señor? ¿Cuántos años llevas orando para que llegue la paz a tu hogar; para que el Señor salve a tu esposo o esposa; a tus hijos? ¿Te preguntas por qué  aun no te ha provisto de un hogar y de una familia;  o por qué no ha sanado tu cuerpo o el de un ser querido?  ¿Eres víctima de alguien que te quiere humillar; te calumnia; te señala?  ¿Tienes algún caso en corte pendiente de que se te haga justicia? ¿Qué peticiones tienes aún sin contestar?

Para este juez, la conducta de esta mujer no había pasado desapercibida. Hablando consigo mismo, reconoció que ya esta mujer estaba logrando con su insistencia que él reflexionara. Aunque ni temía a Dios, ni tenía respeto a hombre, le iba a hacer justicia; pensaba que la visita de esta mujer continuamente le podía provocar que perdiera la paciencia.

Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto.  ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?- Lucas 18:6-8

Con esta parábola Jesús nos recalca la importancia de orar siempre y no desmayar.- (Lucas 18:1 RV1960).

Jesús  nos enseña que si un juez humano, sin temor, puede hacer justicia, Dios, nuestro Padre, nos la hará sin importar la situación o el problema que enfrentemos.

Muchas veces no se reciben  las respuestas a las oraciones porque no se tiene fe.  Las personas han creído en Dios porque desde niños se les enseñó  que existía Dios, pero Él no es una realidad latente en sus  vidas. Jehová es un Dios tradicional, histórico, pero para muchos, Él no es real en este siglo. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”. Hebreos 11:6 (RV1960).  Dios existe; Él es real y escucha a quien se le acerque.

Otras oraciones no son respondidas porque no se persevera en la petición cuando se lleva delante del Trono de Dios.  Hoy queremos una cosa y mañana  queremos otra. No somos constantes en lo que queremos.  A veces no estamos seguros de lo que queremos.

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. (Hebreos 11:1).  Es la seguridad de que cuando estamos orando, vamos a recibir aquello que pedimos. Es que yo sé, que sé, que lo voy a recibir.

Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.” -Mateo 7:7

El Señor dice que Dios hará justicia a sus escogidos que claman (verbo presente) a Él,  día y noche (de manera continua). Él nos invita a reflexionar y nos pregunta si creemos que tardará en respondernos; nos dice que pronto nos hará justicia.  Con todas las cosas que pasan a nuestro alrededor, en un mundo que parece que los sucesos no tienen control, Él nos pregunta: «cuando Yo regrese;  ¿hallaré fe en la tierra?»

Al igual que esa viuda, oremos sin desmayar, seguros de que Él escucha nuestras oraciones y plegarias; de que Él es real.  Sigamos  perseverando en la oración hasta ver la manifestación de nuestras oraciones contestadas.