Gracia. La Gracia del Señor, aquella que nos hace ser diferentes, que nos hace distinguir donde quiera que vamos, y no por nuestros méritos o habilidades, sino porque así le place al Padre. Es el favor de Dios con nosotros en todo lo que hacemos, no por capacidades, sino por el deseo de Dios para que estemos bien, de que soñemos y tengamos expectativas en nuestra vida, con el fin de ser completos en Él. Todo esto proviene de Dios, pues Él coloca el querer como el hacer. Estas fueron las palabras de introducción, expresadas por el pastor Jesús Semidey, el viernes 30 de septiembre de 2016, tomando por consiguiente el texto 2 Timoteo 3: 16-17 como base bíblica.
En estos versos podemos apreciar el propósito de la palabra de Dios.

 

Su propósito no es reprender o de alguna manera atropellar a nuestros semejantes, ni para crear otras doctrinas como en la actualidad se tiene por costumbre. El fin es que el hombre esté completo, equipado para toda obra que Dios colorará en sus manos. Hay cuatro medios para poder llegar y cumplir dicho propósito. Estos medios son los siguientes: enseñar, redargüir, corregir e instruir en rectitud. Por tanto, el propósito es que nuestras vidas sean transformadas y completas en Dios. Es a través de la palabra que seremos transformados; no por medio de las modalidades actuales sobre el concepto de espiritualidad. Todo el mundo, ofrece ahora una forma para alcanzarla, se ha vuelto algo personal y no una experiencia comunitaria, alcanzando nuevos niveles de egocentrismo. La espiritualidad se basa entonces en la razón, si no lo veo o lo percibo por medio del tacto, no lo creo. Este tipo de presiones son a las que a diario nos enfrentamos, y solo su palabra podrá hacerle frente. “Por su palabra mi vida fue transformada, le dio sentido a mi vida, me hizo ver la vida con esperanza y me devolvió el deseo de vivir cuando a los 13 años, con un arma de fuego en mi mano, estaba listo para cometer un asesinato”, testificó Semidey.

 

La palabra de Dios no es un libro de historia, no es un manual para vivir bien, es una palabra que cambia nuestras vidas y comunidades, pero en estos días, el problema más grande es que sabemos más de lo que practicamos y hacemos. Nuestros estilos de vida y maneras de conducirnos no se están diferenciando entre los conversos y los inconversos. “Nosotros debemos ser iguales a Cristo para luego ser capaces de cambiar nuestro entorno”, recalcó el predicador. En la práctica aprendemos a trabajar con nuestra vida, con nuestro carácter, con nuestra conducta y solo así nos acercaremos a Dios, aún más para ser los hombres y mujeres que Dios quiere que seamos.
Procuremos con diligencia hablar a otros de la salvación, sabiendo que Cristo murió por todos nosotros y que su palabra dará frutos y habrá una causa y efecto en la vida de otros. Hagamos el compromiso de no sacar de contexto los textos para apoyar intereses individuales. Prediquemos del Señor con nuestra boca y con nuestro testimonio. ¡Volvamos al celo de Dios!

 

Escrito por: Loanette Morales